Los alumnos de FPB escriben cartas y las envían, dentro de su sobre, en los buzones de Correos.
En España viven más de cuarenta y seis millones de personas a las que solo han sobrevivido 26.740 buzones de correos. Hace diez años había 6.900 más, pero entre todos los hemos ido matando de la forma más lenta, y por tanto, cruel, por indiferencia. No recibimos cartas (sin facturas) porque tampoco las mandamos. Lo dice una encuesta de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia: el 63,1% no ha recibido una en los últimos seis meses; el 59,4% no había enviado ninguna.
He preguntado a Correos cuantas cartas hacen falta al día para salvar un buzón, que es tanto como patrocinar una historia de amor o apadrinar a un cartero. Admiten que su ubicación o retirada depende del uso, pero no les consta que haya un umbral de supervivencia. También he preguntado dónde van los buzones cuando mueren. Me han prometido que los reciclan.
Las cifras están ahí, pero no quiero creérmelas, igual que me tapo las orejas, cierro los ojos y digo “la, la, la,la” cuando alguien me acorrala con el Estudio General de Medios. Dicen que se acaban las cartas, y también los periódicos de papel y los libros en papel y los discos de vinilo. Pero yo soy de letras y mi debilidad siempre han sido las causas perdidas.
Por eso también, te pido que pienses fríamente, cada vez que os lanzáis o nos lanzamos un Whatsapp, Messenger o Telegram; cada noche que bostezáis, os dais la vuelta y apagáis la luz, en alguna parte del mundo muere un buzón de correos. Y es dramático porque por escrito se han dicho las cosas más emocionantes, sorprendentes, divertidas y tiernas. Hay que decirlo también, no todas las cartas son agradables.
Eran cajas fuertes, aunque vivieran al aire libre, porque custodiaban tesoros, aunque solo fuera por unos días. En los buzones caían los secretos que no podían confesarse cara a cara, las pasiones desatadas, los amores recíprocos y los incomprendidos. Algunas de esas joyas se convirtieron en libro cuando el destinatario o el remitente eran célebres. Otras, escritas entre arrepentidos amantes o enamorados sin apellido fueron abrazadas por cordeles, gomas o lazos y guardadas durante años en cajas de zapatos, medias o galletas en un altillo en el armario hasta que la hija o la nieta tenían edad suficiente de entender la pieza más valiosa del ajuar familiar.
Pero, de un día para otro, a los buzones, los de casa y los de la calle, se los comió la burocracia. Se les condenó a acoger tristes facturas, avisos, notificaciones, en muchas de las cuales no había intervenido ningún ser humano, ni siquiera para paladear un sello porque el franqueo estaba pagado. Fueron degradados, pero como los mejores profesionales, los vocacionales resisten: 2.589 buzones en Barcelona; 1.821 en Madrid; 1.164 en Valencia; 1.109 en A Coruña. A la cola, solo 161 en Álava y apenas 97 en Soria.
Por eso se me hacía necesario escribirte.
¡Adoptemos un buzón! ¡Salvemos las cartas!